A Clarita le encantaba el jarabe para la tos. Sabía muy dulce, así que en cuanto comenzaba a costiparse, iba corriendo hasta su madre para recibir su ración de jarabe, y siempre pedía un poco más. Su madre le explica a menudo que las medicinas hay que tomarlas en la cantidad justa, pero nada parecía convencer a la niña.
Una noche, Clarita tuvo un sueño muy extraño. Ella era minúscula, más pequeña que un mosquito, y vivía dentro de niño. Junto con muchos otros compañeros, eran los encargados de llevar unas bolitas rojas al otro lado de un gran puente, donde unos músicos las recogían y las convertían en notas musicales.
Estaba contentísima haciendo aquello, porque con cada bolita que llegaba a su destino, el director de la orquesta fabricaba una nueva nota para continuar la bella música que hacía las delicias de todo el mundo.
Al poco comenzaron a faltar bolitas, y la música de la orquesta perdió fuerza y alegría durante algún tiempo. El niño en que vivían se estaba