Mostrando entradas con la etiqueta Generosidad. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Generosidad. Mostrar todas las entradas

La nube avariciosa


Érase una vez una nube que vivía sobre un país muy bello. Un día, vio pasar otra nube mucho más grande y sintió tanta envidia, que decidió que para ser más grande nunca más daría su agua a nadie, y nunca más llovería.

Efectivamente, la nube fue creciendo, al tiempo que su país se secaba. Primero se secaron los ríos, luego se fueron las personas, después los animales, y finalmente las plantas, hasta que aquel país se convirtió en un desierto. 

A la nube no le importó mucho, pero no se dio cuenta de que al estar sobre un desierto, ya no había ningún sitio de donde sacar agua para seguir creciendo, y lentamente, la nube empezó a perder tamaño, sin poder hacer nada para evitarlo.

La nube comprendió entonces su error, y que su avaricia y egoísmo serían la causa de su desaparición, pero justo antes de evaporarse, cuando sólo quedaba de ella un suspiro de algodón, apareció una suave brisa. La nube era tan pequeña y pesaba tan poco, que el viento la llevó consigo mucho tiempo hasta llegar a un país lejano, precioso, donde volvió a recuperar su tamaño.

Y aprendida la lección, siguió siendo una nube pequeña y modesta, pero dejaba lluvias tan generosas y cuidadas, que aquel país se convirtió en el más verde, más bonito y con más arcoiris del mundo.

Un alto en el camino


En un lejano país hubo una vez una época de gran pobreza, donde sólo algunos ricos podían vivir sin problemas. Las caravanas de tres de aquellos ricos coincidieron durante su viaje, y juntos llegaron a una aldea donde la pobreza era extrema. Era tal su situación, que provocó distintas reacciones a cada uno de ellos, y todas muy intensas.

El primer rico no pudo soportar ver aquello, así que tomó todo el oro y las joyas que llevaba en sus carros, que eran muchas, y los repartió sin quedarse nada entre las gentes del campo. A todos ellos deseó la mejor de las suertes, y partió.

El segundo rico, al ver su desesperada situación, paró con todos sus sirvientes, y quedándose lo justo para llegar a su destino, entregó a aquellos hombres toda su comida y bebida, pues veía que el dinero de poco les serviría. Se aseguró de que cada uno recibiera su parte y tuviera comida para cierto tiempo, y se despidió.

El tercero, al ver aquella pobreza, aceleró y pasó de largo, sin siquiera detenerse. Los otros ricos, mientras iban juntos por el camino, comentaban su poca decencia y su falta de solidaridad. Menos mal que allí habían estado ellos para ayudar a aquellos pobres...

Pero tres días después, se cruzaron con el tercer rico, que viajaba ahora en la dirección opuesta. Seguía caminando rápido, pero sus carros habían cambiado el oro y las mercancías por aperos de labranza, herramientas y sacos de distintas semillas y grano, y se dirigía a ayudar a luchar a la aldea contra la pobreza.

Y eso, que ocurrió hace tanto, seguimos viéndolo hoy. Hay gente generosa, aunque da sólo para que se vea lo mucho que dan, y no quieren saber nada de quien lo recibe. Otros, también generosos, tratan de ayudar realmente a quienes les rodean, pero sólo para sentirse mejor por haber obrado bien. 

Y hay otros, los mejores, a quienes no les importa mucho lo que piense el resto de generosos, ni dan de forma ostentosa, pero se preocupan de verdad por mejorar la vida de aquellos a quienes ayudan, y dan mucho de algo que vale mucho más que el dinero: su tiempo, su ilusión y sus vidas.
¡Aún estamos a tiempo de cambiar al grupo bueno!

El viaje de la reina


Una joven reina recibió de un gran mago un regalo especial: un cofre mágico que llevará la felicidad a todo el reino cuando sea abierto en un lugar en que se respirase generosidad. 

La reina comenzó un viaje por todo su reino en busca de las personas más generosas, y al llegar junto a ellas abría el cofre. Pero nunca pasaba nada, hasta que un día, cuando ya volvía al castillo, coincidió con un niño muy pobre que pedía limosna. 

La reina le hubiera dado algunas monedas, pero no llevaba, así que el niño le pidió que le regalara aquel viejo cofre para venderlo por unas monedas en el pueblo. 

La reina en principio se resistió por el valor que tenía el cofre, pero viendo la pobreza del niño, se lo entregó. El niño tomó el cofre y lo abrió, y al instante comenzaron a salir del cofre todas las maravillas que se puedan imaginar, junto a una música y unas letras que decían: "¿por qué buscarlo en otros?, el bien empieza siempre en uno mismo".

Y además de disfrutar de las maravillas del cofre, la joven reina aprendió a dar ejemplo de todas las virtudes, convirtiéndose en la mejor reina de la historia de aquel país.

Bulá, el viajero


Hace muchos, muchos años, un gran señor llamado Bulá reconoció en el cielo signos nunca vistos. Anunciaban la llegada del más grande de los reyes que el mundo hubiera conocido. Asombrado por tanto poder, el rico señor decidió salir en su búsqueda con la intención de ponerse al servicio de aquel poderoso rey y así ganar un puesto de importancia en el futuro imperio.

Juntando todas sus riquezas, preparó una gran caravana y se dirigió hacia el lugar que indicaban sus signos. Pero no contaba aquel poderoso señor con que el camino era largo y duro.

Muchos de sus sirvientes cayeron enfermos, y él, señor bondadoso, se ocupó de ellos, gastando grandes riquezas en sabios y doctores. Cruzaron también zonas tan secas, que sus habitantes morían de hambre por decenas, y les permitió unirse a su viaje, proporcionándoles vestido y alimento. Encontró grupos de esclavos tan horriblemente maltratados que decidió comprar su libertad, constándole grandes sumas de oro y joyas. Los esclavos, agradecidos, también se unieron a Bulá.

Tan largo fue el viaje, y tantos los que terminaron formando aquella caravana, que cuando por fin llegaron a su destino, apenas guardaba ya algunas joyas, una pequeñísima parte de las que inicialmente había reservado como regalo para el gran rey. Bulá descubrió el último de los signos, una gran estrella brillante tras unas colinas, y se dirigió allí cargando sus últimas riquezas.

Camino hacia el palacio del gran rey se cruzó con muchos caminantes pero, al contrario de lo que esperaba, pocos eran gente noble y poderosa; la mayoría eran pastores, hortelanos y gente humilde. Viendo sus pies descalzos, y pensando que de poco servirían sus escasas riquezas a un rey tan poderoso, terminó por repartir entre aquellas gentes las últimas joyas que había guardado.

Definitivamente, sus planes se habían torcido del todo. Ya no podría siquiera pedir un puesto en el nuevo reino. Y pensó en dar media vuelta, pero había pasado por tantas dificultades para llegar hasta allí, que no quiso marcharse sin conocer al nuevo rey del mundo.

La Madriguera Abarrotada


Un conejo construyó una estupenda madriguera en la que vivía felizmente. Lo hizo tan bien, que cuando llegaron unas grandes lluvias que inundaron prácticamente todo el bosque y las casas de numerosos animales, la suya quedó a salvo. 

Pronto empezaron el resto de animales a pedirle que les dejara pasar aquel invierno en su casa, uno detrás de otro, hasta que la madriguera estaba totalmente llena y no cabía nadie más, pero al conejo no le importó la incomodidad porque se sentía generoso. 

Un día de primavera, cuando todos habían vuelto a rehacer sus casas, el conejo andaba paseando tan despistado que no se dio cuenta de que un lince planeaba atraparle. 

Uno de los animales que había vivido en casa del conejo le advirtío justo antes de ser cazado, y le ofreció cobijo. 

El lince destrozó su casa, pero el conejo pudo escapar hasta llegar a ocultarse en casa de otro de sus amigos. 

Así, durante todo un día, el lince persiguió al conejo de cueva en cueva y de madriguera en madriguera, pero éste pudo salvarse ayudado por todos aquellos a quienes había ofrecido cobijo, y aun por muchos otros que estuvieron encantados de ayudarle.


Y se sintió enormemente feliz, no sólo de escapar del lince, sino de haber llegado a tener tantos amigos gracias a su generosidad.
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...