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EL saco de pulgas


Cuenta la leyenda, que el brujo Perrón y el mago Chuchin tenían una de las mejores colecciones de pulgas del mundo, las más listas, saltarinas y fuertes, utilísimas para cualquier hechizo. 

Llevaban siempre no menos de mil pulgas cada uno, bien guardadas en sus rarísimos sacos de cristal, para que todos pudieran apreciar sus cualidades.

En cierta ocasión, el brujo y el mago coincidieron en un bosque, y entre charlas y bromas, se hizo tan tarde que tuvieron que acampar allí mismo.

Mientras dormían, el mago Chuchín estornudó tan fuerte y mágicamente, que miles de ardientes chispitas escaparon de su nariz, con tan mala fortuna que una de ellas llegó a incendiar las hojas sobre las que brujo y mago habían dejado sus pulgas. Como los hechiceros seguían dormidos y el fuego se iba extendiendo, las pulgas comenzaron a ponerse nerviosas. 

Todas eras tremendamente listas y fuertes, así que cada una encontró una forma de escapar del fuego, y saltaba con fuerza para conseguirlo. Sin embargo, como saltaban en direcciones distintas, los sacos seguían en su sitio y el fuego amenazaba con acabar con todas ellas.

Entonces, una de las pulgas del mago vio a todas las pulgas del brujo saltando en su saco sin ningún control, y se dio cuenta de que nunca se salvarían así. Y dejando de saltar, reunió a un grupito de pulgas y las convenció para saltar todas juntas. 

Como no conseguían ponerse de acuerdo hacia dónde saltar, la pulga les propuso saltar una vez adelante y otra atrás.

El grupito empezó a saltar conjuntamente, y el resto de pulgas de su mismo saco no tardó en comprender que saltando todas juntas sería más fácil escapar del fuego, así que al poco todas las pulgas saltaban alante y atrás, alante y atrás. 

Atrapados en Tururulandia


Tururulandia era un pequeño y precioso país de juguete que había hecho Paulina Perfectina con sus construcciones. 

Paulina cuidaba constantemente Tururulandia para que todo estuviera en orden, y mantenía los muñecos rojos junto a sus casas rojas, y los niños verdes jugando en los columpios del parques verdes, y los papás hablando todo el día junto a la plaza. 

Era un país tan bonito y perfecto, que Paulina soñaba con poder llegar a vivir un día en Tururulandia.
Y sin saber cómo ni por qué, su sueño se cumplió, y un día despertó en mitad de Tururulandia, vestida toda de rosa, y hecha de piececitas de juguete. ¡qué maravilla! ¡ todo era como ella conocía! Y era realmente precioso.

Paulina esta totalmente feliz, y tras la primera sorpresa, corrió a ver los columpios de los niños del parque verde. Pero antes de que pudiera llegar, una mano gigante la alcanzó, y tomándola de un brazo, la llevó de nuevo junto al gran palacio rosa. 

Paulina quedó un poco extrañada, pero enseguida lo olvidó, porque vio sus queridas casas rojas, y hacia allí se dirigió. Pero nuevamente, antes de llegar a ellas, la gran mano volvió a aparecer, y la volvió a dejar junto al palacio.

- No te esfuerces-dijo una princesita rosa que asomaba por uno de los balcones- nunca podrás abandonar la zona rosa

Entonces la princesita explicó a Paulina cómo la gran mano nunca dejaba moverse a nadie en Tururulandia, y que aquel era el país más triste del mundo, porque nadie podía decidir qué hacía ni dónde iba. Y Paulita miró las caras de todas las figuritas y muñecos, y comprobó que era verdad. Y se dio cuenta de que aquella gran mano era la suya, la que utilizaba siempre para mantenerlo todo como ella quería.

- ¿Pero entonces? ¿No os gusta vivir en un país tan bonito y organizado?- terminó preguntando Paulina.
- Si no podemos elegir qué hacemos o a dónde vamos, ¿para qué nos sirve todo esto?- le respondieron - Si tan sólo tuviéramos un día para ver otras cosas... ¿no lo entiendes?

Y vaya si lo entendió. Tras unos pocos días sin poder decidir nada por sí misma, ni moverse del castillo rosa, Paulina estaba profundamente triste; tanto, que su precioso país le daba totalmente igual.

El mejor guerrero del mundo


Caucasum era un joven valiente, experto espadachín, que soñaba con convertirse en el mejor guerrero del mundo. En todo el ejército no había quien le venciera en combate, y soñaba con convertirse en el gran general, sucediendo al anciano cobardón que ocupaba el puesto. 

El rey le apreciaba mucho, pero el día que le contó su sueño de llegar a ser general, le miró con cierto asombro y le dijo:

- Tu deseo es sincero, pero no podrá ser. Aún tienes mucho que aprender.

Aquello fue lo peor que le podía pasar a Caucasum, que se enfureció tanto que abandonó el palacio, decidido a aprender todas las técnicas de lucha existentes. Pasó por todo tipo de gimnasios y escuelas, mejorando su técnica y su fuerza, pero sin aprender nuevos secretos, hasta que un día fue a parar a una escuela muy especial, una gris fortaleza en lo alto una gran montaña. 

Según le habían contado, era la mejor escuela de guerreros del mundo, y sólo admitían unos pocos alumnos. Por el camino se enteró de que el viejo general había estudiado allí y marchó decidido a ser aceptado y aprender los grandes secretos de la guerra.

Antes de entrar en la fortaleza le obligaron a abandonar todas sus armas. "No las necesitarás más. Aquí recibirás otras mejores". Caucasum, ilusionado, se desprendió de sus armas, que fueron arrojadas inmediatamente a un foso por un hombrecillo gris. Uno de los instructores, un anciano serio y poco hablador, acompañó al guerrero a su habitación, y se despidió diciendo "en 100 días comenzará el entrenamiento".
¡100 días! 

La Isla de los Inventos


La primera vez que Luca oyó hablar de la Isla de los Inventos era todavía muy pequeño, pero las maravillas que oyó le sonaron tan increíbles que quedaron marcadas para siempre en su memoria. Así que desde que era un chaval, no dejó de buscar e investigar cualquier pista que pudiera llevarle a aquel fantástico lugar. 

Leyó cientos de libros de aventuras, de historia, de física y química e incluso música, y tomando un poco de aquí y de allá llegó a tener una idea bastante clara de la Isla de los Inventos: era un lugar secreto en que se reunían los grandes sabios del mundo para aprender e inventar juntos, y su acceso estaba totalmente restringido. 

Para poder pertenecer a aquel selecto club, era necesario haber realizado algún gran invento para la humanidad, y sólo entonces se podía recibir una invitación única y especial con instrucciones para llegar a la isla.

Luca pasó sus años de juventud estudiando e inventando por igual. Cada nueva idea la convertía en un invento, y si algo no lo comprendía, buscaba quien le ayudara a comprenderlo. Pronto conoció otros jóvenes, brillantes inventores también, a los que contó los secretos y maravillas de la Isla de los Inventos. 

También ellos soñaban con recibir "la carta", como ellos llamaban a la invitación. Con el paso del tiempo, la decepción por no recibirla dio paso a una colaboración y ayuda todavía mayores, y sus interesantes inventos individuales pasaron a convertirse en increíbles máquinas y aparatos pensados entre todos. 

Reunidos en casa de Luca, que acabó por convertirse en un gran almacén de aparatos y máquinas, sus invenciones empezaron a ser conocidas por todo el mundo, alcanzando a mejorar todos los ámbitos de la vida; pero ni siquiera así recibieron la invitación para unirse al club.

No se desanimaron. Siguieron aprendiendo e inventan

La Brujita Dulce


Había una vez una brujita muy especial, porque era una brujita buena, pero no tenía ni idea de cómo ser buena. Desde pequeñita había aguantado las regañinas de las brujas, que le decían que tenía que ser mala como todas, y había sufrido mucho porque no quería serlo. 

Todos sus hechizos eran un fracaso, y además, no encontraba nadie que quisiera enseñarle a ser buena, así que casi siempre estaba triste.

Un día se enteró de que las brujas viejas planeaban hechizar una gran montaña y convertirla en volcán para arrasar un pequeño pueblo. 

La brujita buena pensó en evitar aquella maldad, pero no sabía cómo y en cuanto se acercó al pueblo tratando de avisar a la gente, todos se echaron a la calle y la ahuyentaron tirando piedras al grito de "¡¡largo de aquí, bruja!!". La brujita huyó del lugar corriendo, y se sentó a llorar junto al camino.

Al poco llegaron unos niños, que al verla llorar trataron de consolarla. Ella les contó que era una bruja buena, pero que no sabía cómo serlo, y que todo el mundo la trataba mal. 

Entonces los niños le contaron que ser bueno era muy fácil, que lo único que había que hacer era ayudar a los demás y hacer cosas por ellos.
- ¿Y qué puedo hacer por vosotros?- dijo la bruja.
- ¡Podías darnos unos caramelos!, le dijeron alegres.

La bruja se apenó mucho, porque no llevaba caramelos y no sabía ningún hechizo, pero los niños no le dieron importancia, y en seguida se fueron jugando. La brujita, animada, volvió a su cueva dispuesta a ayudar a todo el mundo, pero cuando iba de camino encontró a las brujas viejas hechizando la montaña, que

El pequeño colibrí


El pequeño colibrí azul se sentía triste y cansado. Se perdió cuando viajaba con su familia en busca de un lugar más cálido donde pasar el invierno, y cuando entró la noche, después de mucho tiempo buscándolos sin ninguna suerte, se resguardó en una pequeña cueva que encontró en la montaña. 

Dentro sólo había unas cuantas ramas y hojas secas llevadas por el viento. Aunque alimentarse no era algo que a él le preocupara, ya que siempre había sido muy hábil para esta tarea, el no saber si volvería a ver a sus seres queridos le entristecía profundamente.

-No te alejes de nosotros cuando migramos a otro lugar-, le repetían siempre sus papás. Pero él se emocionaba con todas las cositas que descubría durante sus viajes, y se quedaba boquiabierto contemplando esas maravillas, batiendo sus pequeñas alitas encima de cada tesoro, mientras los demás seguían su camino sin percatarse de su falta. 

Aquel día mientras volaban vio un destello de luz, un reflejo que salía de entre los árboles y sin darse cuenta fue perdiendo altitud y acercándose para ver qué era aquella hermosa luz. Entonces descubrió un enorme y precioso lago de aguas cristalinas que le dejó totalmente sorprendido.

-¡¡¡Uauuu!!!- Exclamó, viéndose reflejado en el agua. -¡¡¡Que maravilla!!!!-

Él nunca había visto nada igual. El sol empezaba ponerse y sus rayos en el agua aparecían como brillantes reflejos dorados que casi cegaban, convirtiéndolo en un cuadro espectacular.
Allí correteó por encima del agua jugando con su reflejo, utilizando como espejo las quietas aguas donde contemplaba las blancas nubes deslizándose por el cielo. 

No se dio cuenta de que el tiempo pasaba y cuando de pronto alzó su vuelo llamando a su familia para enseñarles lo que había descubierto, vio que su llamada no era respondida, y que sus papás y sus hermanos habían seguido su vuelo, y donde estaban ahora ya no podían oírle.

De pronto un enorme temor se adueñó de él. De sus ojos desapareció toda esa belleza y sólo escuchaba ruidos extraños que cada vez aumentaban más su miedo y su malestar. 

Unos gritos de aves desconocidas resonaban por el bosque, y todo lo que antes parecía bello se convirtió en algo tétrico y fantasmal. El sol ya casi no alumbraba y temía quedarse solo en el bosque, así que salió volando en busca de su familia. Pero la noche entró y él seguía solo. 

Buscó entonces un lugar donde cobijarse y allí pasó la noche. Con las hojitas que había en la cueva se hizo una camita un tanto ruidosa, ya que las hojas estaban secas pero por lo menos le dieron un poquito de calor para esa noche. 

Al día siguiente cuando despertó no recordaba que se había perdido, pero pronto al levantarse recordó lo que había sucedido, y empezó a preocuparse.

-¡Oh, Dios mío! ¿Qué voy a hacer aquí solo? ¿Dónde está mi familia?- Y pronto descubrió cómo les echaba de menos.

Sus papás siempre le repetían que si algún día se perdía lo que tenía que hacer era no alejarse del último lugar por donde habían pasado todos juntos, ponerse en un lugar suficientemente alto como para que pudieran verle cuando volvieran a buscarle, y que nunca dejara que el miedo le impidiera ver la realidad.

-¡¡¡Es verdad!!!!- Dijo cuando recordó. -Mis papás me dijeron qué tenia que hacer si me perdía así que no tengo nada que temer, mi familia me está buscando y pronto nos reuniremos-.

El viaje de la reina


Una joven reina recibió de un gran mago un regalo especial: un cofre mágico que llevará la felicidad a todo el reino cuando sea abierto en un lugar en que se respirase generosidad. 

La reina comenzó un viaje por todo su reino en busca de las personas más generosas, y al llegar junto a ellas abría el cofre. Pero nunca pasaba nada, hasta que un día, cuando ya volvía al castillo, coincidió con un niño muy pobre que pedía limosna. 

La reina le hubiera dado algunas monedas, pero no llevaba, así que el niño le pidió que le regalara aquel viejo cofre para venderlo por unas monedas en el pueblo. 

La reina en principio se resistió por el valor que tenía el cofre, pero viendo la pobreza del niño, se lo entregó. El niño tomó el cofre y lo abrió, y al instante comenzaron a salir del cofre todas las maravillas que se puedan imaginar, junto a una música y unas letras que decían: "¿por qué buscarlo en otros?, el bien empieza siempre en uno mismo".

Y además de disfrutar de las maravillas del cofre, la joven reina aprendió a dar ejemplo de todas las virtudes, convirtiéndose en la mejor reina de la historia de aquel país.

Bulá, el viajero


Hace muchos, muchos años, un gran señor llamado Bulá reconoció en el cielo signos nunca vistos. Anunciaban la llegada del más grande de los reyes que el mundo hubiera conocido. Asombrado por tanto poder, el rico señor decidió salir en su búsqueda con la intención de ponerse al servicio de aquel poderoso rey y así ganar un puesto de importancia en el futuro imperio.

Juntando todas sus riquezas, preparó una gran caravana y se dirigió hacia el lugar que indicaban sus signos. Pero no contaba aquel poderoso señor con que el camino era largo y duro.

Muchos de sus sirvientes cayeron enfermos, y él, señor bondadoso, se ocupó de ellos, gastando grandes riquezas en sabios y doctores. Cruzaron también zonas tan secas, que sus habitantes morían de hambre por decenas, y les permitió unirse a su viaje, proporcionándoles vestido y alimento. Encontró grupos de esclavos tan horriblemente maltratados que decidió comprar su libertad, constándole grandes sumas de oro y joyas. Los esclavos, agradecidos, también se unieron a Bulá.

Tan largo fue el viaje, y tantos los que terminaron formando aquella caravana, que cuando por fin llegaron a su destino, apenas guardaba ya algunas joyas, una pequeñísima parte de las que inicialmente había reservado como regalo para el gran rey. Bulá descubrió el último de los signos, una gran estrella brillante tras unas colinas, y se dirigió allí cargando sus últimas riquezas.

Camino hacia el palacio del gran rey se cruzó con muchos caminantes pero, al contrario de lo que esperaba, pocos eran gente noble y poderosa; la mayoría eran pastores, hortelanos y gente humilde. Viendo sus pies descalzos, y pensando que de poco servirían sus escasas riquezas a un rey tan poderoso, terminó por repartir entre aquellas gentes las últimas joyas que había guardado.

Definitivamente, sus planes se habían torcido del todo. Ya no podría siquiera pedir un puesto en el nuevo reino. Y pensó en dar media vuelta, pero había pasado por tantas dificultades para llegar hasta allí, que no quiso marcharse sin conocer al nuevo rey del mundo.

El Origen de la Felicidad


Había una vez un niño que era muy feliz, , aunque no tenía muchos juguetes ni dinero. Él decía que lo que le hacía feliz era hacer cosas por los demás, y que eso le daba una sensación genial en su interior. 

Pero realmente nadie le creía, y pensaban que no andaba muy bien de la cabeza. 

Dedicaba todo el día a ayudar a los demás, a dar limosna y ayuda a los más pobres, a cuidar de los animales, y raras veces hacía nada para sí mismo.

Un día conoció a un famoso médico al que extrañó tanto su caso, que decidió investigarlo, y con un complejo sistema de cámaras y tubos, pudo grabar lo que ocurría en su interior. Lo que descubrieron fue sorprendente: cada vez que hacía algo bueno, un millar de angelitos diminutos aparecían para hacerle cosquillas justo en el corazón.

Aquello explicó la felicidad del niño, pero el médico siguió estudiando hasta descubrir que todos tenemos ese millar de angelitos en nuestro interior. La pena es que como hacemos tan pocas cosas buenas, andan todos aburridos haciendo el vago.

Y así se descubrió en qué consiste la felicidad, y gracias a ese niño todos sabemos qué hay que hacer para llegar a sentir cosquillitas en el corazón

El gran lío del pulpo


Había una vez un pulpo tímido y silencioso, que casi siempre andaba solitario porque aunque quería tener muchos amigos, era un poco vergonzoso. Un día, el pulpo estaba tratando de atrapar una ostra muy escurridiza, y cuando quiso darse cuenta, se había hecho un enorme lío con sus tentáculos, y no podía moverse. 

Trató de librarse con todas sus fuerzas, pero fue imposible, así que tuvo que terminar pidiendo ayuda a los peces que pasaban, a pesar de la enorme vergüenza que le daba que le vieran hecho un nudo.

Muchos pasaron sin hacerle caso, excepto un pececillo muy gentil y simpático que se ofreció para ayudarle a deshacer todo aquel lío de tentáculos y ventosas. El pulpo se sintió aliviadísimo cuando se pudo soltar, pero era tan tímido que no se atrevió a quedarse hablando con el pececillo para ser su amigo, así que simplemente le dió las gracias y se alejó de allí rápidamente; y luego se pasó toda la noche pensando que había perdido una estupenda oportunidad de haberse hecho amigo de aquel pececillo tan amable.

Un par de días después, estaba el pulpo descansando entre unas rocas, cuando notó que todos nadaban apresurados. Miró un poco más lejos y vio un enorme pez que había acudido a comer a aquella zona. Y ya iba corriendo a esconderse, cuando vio que el horrible pez ¡estaba persiguiendo precisamente al pececillo que le había ayudado!. 

El pececillo necesitaba ayuda urgente, pero el pez grande era tan peligroso que nadie se atrevía a acercarse. Entonces el pulpo, recordando lo que el pececillo había hecho por él, sintió que tenía que ayudarle como fuera, y sin pensarlo ni un momento, se lanzó como un rayo, se plantó delante del gigantesco pez, y antes de que éste pudiera salir de su asombro, soltó el chorro de tinta más grande de su vida, agarró al pececillo, y corrió a esconderse entre las rocas. 

Todo pasó tan rápido, que el pez grande no tuvo tiempo de reaccionar, pero enseguida se recuperó. Y ya se disponía a buscar al pulpo y al pez para zampárselos, cuando notó un picor terrible en las agallas, primero, luego en las aletas, y finalmente en el resto del cuerpo: y resultó que era un pez artista que adoraba los colores, y la oscura tinta del pulpo ¡¡le dió una alergia terrible!!

Así que el pez gigante se largó de allí envuelto en picores, y en cuanto se fue, todos lo peces acudieron a felicitar al pulpo por ser tan valiente. 

Entonces el pececillo les contó que él había

El monstruo hechizado para siempre


Había una vez un niño que se portaba tan mal, que el hada del reino se le apareció para castigarle. Lo hechizó y lo convirtió en un monstruo, de manera que sólo podría dejar de serlo si asustaba terriblemente a alguien. 

Al principio pensó que sería fácil, pero pronto se dio cuenta de que los niños de su entorno eran muy difíciles de asustar.

Pasó mucho tiempo y se fue desanimando, así que decidió buscar una presa fácil: un chico con fama de buenazo. 

Para no fallar, lo estudió durante algún tiempo, siguiéndole allá donde iba, y viendo de paso todas las buenas obras que hacía: daba limosna, jugaba con los niños del hospital, ayudaba a los ancianos... 

Finalmente, un día tuvo a tiro el mejor susto del mundo, aquel que podría liberarle para siempre y dejar tieso al niño bueno. 

Pero cuando fue a asustarle, vinieron a su mente las imágenes de aquellos a quienes el niño bueno ayudaba, y decidió perdonarle, porque comprendió que la labor de aquel muchacho no tenía precio él sería culpable de todo lo malo que les pasara a todos los que ayudaba. Justo en ese instante se apareción el hada, que premió su acitud devolviéndole su aspecto.

Y aquel niño, antes tan malvado, se convirtió en un niño ejemplar y bondadoso, muy amigo de aquel niño bueno a quien estuvo a punto de matar del susto

La pócima y el viento


Es noche cerrada en el bosque. El viento sacude las hojas de los árboles, como queriendo extraer su esencia para llevarla lejos, y unirla a su gran colección de sonidos, tomados cada uno de un lugar distinto. 

Hoy el viento viene cargado de enfados, de rabias, de lloros, de insultos, de amenazas. "Nada de provecho", piensa el brujo, justo antes de que el viento traiga a sus dominios una risa; es una risa simple, con ganas de existir, y el brujo, rápido, la atrapa sin dudar.

"Ya está", dice satisfecho. Su mayor secreto, su conjuro más potente, su pócima más valiosa, está por fin completa. Como siempre, ayudará a quien la reciba a superar mil adversidades, dando al viejo aún más fama en la comarca, si es que se puede ser más famoso. 

Y como siempre, también, se preguntarán qué oscuras artes habrá utilizado para tan poderosa poción.

Pero el mago no revelará su secreto ¿cómo decir que son sólo 3 sonrisas y buen humor bien tierno, y que con eso basta para hacer frente a todos los males? nadie le creería, así que no perderá el tiempo con explicaciones, y volverá a viajar al bosque, de noche, a esa zona junto al roble, donde el viento trae de cuando en cuando alguna sonrisa fresca.

Una flor al día


Había una vez dos amigos que vivían en un palacio con sus familias, que trabajaban al servicio del rey. Uno de ellos conoció una niña que le gustó tanto que quería que pensó hacerle un regalo. 

Un día, paseaba con su amigo por el salón principal y vió un gran jarrón con las flores más bonitas que pudiera imaginarse, y decidió coger una para regalársela a la niña, pensando que no se notaría. 

Lo mismo hizo al día siguiente, y al otro, y al otro... hasta que un día faltaron tantas flores que el rey se dió cuenta y se enfadó tanto que mandó llamar a todo el mundo.

Cuando estaban ante el rey, el niño pensaba que debía decir que había sido él, pero su amigo le decía que se callara, que el rey se enfadaría muchísimo con él. 

Estaba muerto de miedo, pero cuando el rey llegó junto a él, decidió contárselo todo. En cuanto dijo que había sido él, el rey se puso rojo de cólera, pero al oir lo que había hecho con las flores, en su cara apareció una gran sonrisa, y dijo "no se me habría ocurrido un uso mejor para mis flores".


Y desde aquel día, el niño y el rey se hicieron muy amigos, y se acercaban juntos a tomar dos de aquellas maravillosas flores, una para la niña, y otra para la reina.

Los Experimentos de la señorita Elisa


La señorita Elisa aquel fin de semana les propuso uno de sus famosos trabajos sobre experimentos. A sus alumnos les encantaba aquella forma de enseñar, en la que ellos mismos tenían que pensar experimentos que ayudaran a comprender las cosas. 

Muchos tenían que ver con las ciencias o la química, pero otros, los que más famosa la habían hecho, tenían que ver con las personas y sus comportamientos. Y aquella vez el tema era realmente difícil: la libertad. ¿Cómo puede hacerse un experimiento sobre la libertad? ¿Qué se podría enseñar sobre la libertad a través de experimentos?

Estas y otras preguntas parecidas se hacían los alumnos camino de sus casas. Pero ya se habían lucido con otros experimentos difíciles, y aquella vez no fue una excepción. El lunes llegaron con sus experimentos listos, y fueron mostrándolos uno a uno. Fueron muy interesantes, pero para no hacer muy larga la historia, la señorita Elisa me ha pedido que sólo cuente los experimentos de Amaya, Carlos y Andrea, que le gustaron mucho.

Amaya llevó 5 cajas de colores y le dio a elegir a la profesora. La maestra, agradecida, escogió la caja rosa con una sonrisa. Luego Amaya sacó 5 cajas amarillas, se acercó a Carlos y le dio a elegir. Carlos contrariado, tomó una cualquiera. La señorita Elisa, divertida, preguntó a Amaya cómo se llamaba el experimento.
- Lo he titulado "Opciones". Para que exista libertad hay que elegir entre distintas opciones. Por eso Carlos se ha enfadado un poco, porque al ser las cajas iguales realmente no le he dejado elegir. Sin embargo la señorita Elisa estaba muy contenta porque pudo elegir la caja que más le gustó.

Carlos había preparado otro tipo de ejercicio más movido: hizo subir a la pizarra a la maestra, a Lucas, un chico listo pero vaguete, y a Pablo, uno de los peores de la clase. Entonces, dividió la clase en tres grupos y dijo dirigiéndose al primer grupo:

- Voy a haceros una pregunta dificilísima; podéis elegir a cualquiera de los tres de la pizarra para que os ayude a contestarla. Quien acierte se llevará una gran bolsa de golosinas.
Todos eligieron a la maestra. Entonces Carlos dijo a los del segundo grupo:

- La misma pregunta va a ser para vosotros,

¡¡Ya no aguanto más!!


Había una vez dos puertas en la misma casa. Una era una bella puerta de salón, mientras que la otra era una puerta de baño del montón, pero en lo que coincidían ambas era en que llevaban una vida de perros. 

La casa estaba llena de niños traviesos y descuidados que no dejaban de arrearles portazos y golpes día tras día.

Cada noche, cuando todos dormían, las puertas comentaban su mala fortuna, pero mientras la puerta de salón se mostraba siempre harta y a punto de explotar, la puerta de baño la tranquilizaba diciendo:
- No te preocupes, es normal; son niños y ya aprenderán; aguanta un poco y verás cómo todo cambiará a mejor.
Y la puerta de salón se calmaba por algún tiempo. Pero un día, tras una gran fiesta en la casa llena de golpes y portazos, explotó diciendo:

"Ya está bien. No aguanto más. Al próximo portazo que me den, me rompo y se van a enterar de lo que es bueno.

No hizo caso de las palabras de la otra puerta, y cuando al día siguiente recibió su primer golpe, la puerta del sálón se rompió. Aquello causó un gran revuelo y preocupación en la casa, y los niños fueron advertidos para tener más cuidado, lo que llenó de satisfacción a la puerta, que saboreaba su venganza.

Pero pasados los primeros días de problemas, los dueños de la casa se hartaron de la incomodidad de tener una puerta rota. Sin embargo, en lugar de arreglarla, decidieron cambiarla, así que sacaron de su sitio la antigua puerta y sin ningún miramiento la abandonaron junto a la basura.

Entonces la bella puerta de salón se lamentó de lo que había hecho, pues por no haber aguantado un poco más, ahora se veía esperando a ser convertida en serrín, mientras que su amiga, la vulgar puerta de baño, seguía en su sitio y además era tratada con más cuidado...

Afortunadamente, la puerta de salón no acabó hecha serrín, porque un hombre muy pobre la descubrió junto a la basura y aunque rota, le pareció la mejor puerta que podía encontrar para su pobre casa; y la puerta fue feliz de tener otra oportunidad y volver a hacer de puerta, y de aceptar con agrado las incomodidades de un trabajo tan duro y tan digno como es ser una puerta.

La Mejor Elección


Rod y Tod. Así se llamaban los 2 afortunados niños que fueron elegidos para ir a ver al mismísimo Santa Claus en el Polo Norte. Un mágico trineo fue a recogerlos a las puertas de sus casas, y volaron por las nubes entre música y piruetas. 

Todo lo que encontraron era magnífico, ni en sus mejores sueños lo habrían imaginado, y esperaban con ilusión ver al adorable señor de rojo que llevaba años repartiéndoles regalos cada Navidad.

Cuando llegó el momento, les hicieron pasar a una grandísima sala, donde quedaron solos. El salón se encontraba oscuro y vacío: sólo una gran mesa a su espalda, y un gran sillón al frente. Los duendes les avisaron:

- Santa Claus está muy ocupado. Sólo podréis verlo unos segunditos, así que aprovechadlos bien.

Esperaron largo rato, en silencio, pensando qué decir. Pero todo se les olvidó cuando la sala se llenó de luces y colores. Santa Claus apareció sobre el gran sillón, y al tiempo que aparecía, la gran mesa se llenaba con todos los juguetes que siempre habían deseado ¡Qué emocionante! Mientras Tod corría a abrazar a Santa Claus, Rod se giró hacia aquella bicicleta con la que tanto había soñado. 

El Rey Indigno


Había una vez un rey rico y poderoso, dotado de gran inteligencia, y aún mayor soberbia. Tal era su orgullo, que nadie le parecía un rival digno para disfrutar de su afición favorita, el ajedrez, e hizo correr la voz de que daría la décima parte de sus riquezas a quien mostrara tener la dignidad suficiente. 

En cambio, si el rey no lo consideraba digno, sería decapitado de inmediato.

Muchos arriesgaron sus vidas desafiando al orgulloso rey. Fueran ricos o pobres, torpes o inteligentes, el rey los encontraba siempre indignos, pues o no eran sabios jugadores, o no podían rivalizar con su poder. Con el tiempo, desaparecieron los temerarios rivales, y el rey comprobó satisfecho que no había en la tierra nadie digno de enfrentarse a él.

Años después, un pobre mendigo se acercó a palacio con la intención de jugar contra el rey. 

De nada sirvieron las palabras de aquellos con quienes se cruzó, que trataban de evitarle una muerte segura, y conseguió llegar al rey, quien al ver su harapiento aspecto no podía creer que a aquel hombre se le hubiera pasado por la cabeza ser un digno rival suyo.

- ¿Qué te hace pensar que eres digno de enfrentarte a mí, esclavo?- dijo el rey irritado, haciendo llamar al verdugo.
- Que te perdono lo que vas a hacer. ¿Serías tú capaz de hacer eso?- respondió tranquilo el mendigo.

El rey quedó paralizado. Nunca hubiera esperado algo así, y cuanto más lo pensaba, más sentido tenían las palabras de aquel hombre. 

Si le condenaba a muerte, el mendigo tendría razón, y resultaría más digno que él mismo por su capacidad para perdonar; pero si no lo hacía, habría salido con vida, y todos sabrían que era un digno adversario... Sin haber movido una ficha, se supo perdedor de la partida.

Los Calaguarris


Todo el mundo sabe que la historia de nuestro planeta cambió para siempre algún tiempo después de los juegos olímpicos de Pekín. 

Sucedió que las costas y mares de la tierra se llenaron de una especie animal muy dañina y contaminante, parecida a un calamar, a los que se llamó "calaguarris". Los calaguarris eran numersosísimos e imposibles de atrapar, pero lo peor era que llenaban las aguas del mar de aceites, latas, papeles y todo tipo de basuras. 

La situación era terrible, pues el planeta se contaminó a toda velocidad, y se organizaron cazas y equipos de investigación avanzadísimos para intentar acabar con aquella plaga. Pero nadie era capaz ni siquiera de pescar un calaguarri.

Pito Pescaito fue el primero en conseguirlo. Era un niño que vivía en una pequeña aldea de pescadores y cuando enseñó su calaguarri se convirtió en el niño más famoso del mundo. 

A la aldea llegaron sabios, científicos y gobernantes de todas partes para estudiar aquella especie. Todo se preparó para abrir al animal, e incluso iba a ser retransmitido por televisión a todo el mundo...

Así que todo el mundo alucinó cuando al abrir el calaguarri descubrieron una minúscula nave espacial del tamaño de zapato con unos marcianitos dentro. 

Resultó que eran simpáticos y divertidos, y muy listos, y en muy poco tiempo estaban hablando con los gobernantes del mundo,

Los problemillas del arca


En el arca de Noé los animales llevaban tanto tiempo que empezaron a organizar juegos y actividades para divertirse. Pero no tuvieron mucho cuidado, y en uno de los juegos, un pájaro carpintero terminó haciendo un agujero en el fondo del arca. 

El agujero empezó a crecer, y en poco tiempo comenzó a entrar muchísima agua. Uno a uno, disitintos animales trataron de arreglarlo, peleándose incluso por ser los que salvaran el barco, pero ni siquiera la presa del castor pudo hacer nada. 

Empezaron a asustarse y pensaron que el barco se hundiría, pero entonces la abeja explicó a todos cómo ellas siempre trabajaban todas juntas y en equipo, cada una haciendo lo que mejor sabía, y todos comenzaron a organizarse y ayudarse: los pájaros tiraban todos juntos del barco hacia arriba, los elefantes y otros animales grandes llenaban sus bocas de agua para sacarla del barco, los más rápidos iban de acá para allá juntando materiales que los que construían nidos y madrigueras utilizaban para arreglar el boquete cada vez mayor. Así, todos trabajando, consiguieron frenar un poco el hundimiento, pero no pararlo. 

Desesperados, siguieron buscando si faltaba algún animal por ayudar. Buscaron y buscaron, pero en el barco no había nadie más. 

Pero de repente, un pez se coló en barco, y los animales se dieron cuenta de que ¡aún no habían pedido ayuda a todos los animales del mar! Pidieron al pez que buscara ayuda para salvar el barco, y acudieron peces y peces, y hasta una gran ballena que terminó por cubrir el agujero mientras el resto de animales reparaban el barco. 

Y así fue como todos los animales se salvaron con la ayuda de todos

Nómadas Modernos


Un día cualquiera, la clase de don Ernesto transcurría normalmente mientras explicaba a sus alumnos la historia del hombre. Les contaba que en un principio los hombres fueron nómadas, que no vivían en un lugar fijo porque iban de un lado a otro buscando la comida donde estaba, y cuando se acababa, se marchaban a otro lugar. 

Les contó cómo el invento de la agricultura y la ganadería fue algo excepcional, porque al aprender a cuidar la tierra y los animales, el hombre pudo tener comida siempre, de mejor calidad, y además vivir en un sitio fijo, lo que facilitaba que se pudieran hacer muchas otras cosas que necesitaban mucho tiempo para hacerse, y a raíz de eso se contruyeron los primeros pueblos y ciudades...

Todos escuchaban como encantados aquella historia, hasta que saltó Lucía:

- ¿Y si aquello fue tan importante y mejoró todo tanto, por qué somos nómadas otra vez, don Ernesto?

Don Ernesto se quedó sin decir palabra. Lucía era una niña muy inteligente, conocía a su casa y a sus padres, y estaba seguro de que no eran nómadas; ¿qué querría decir?

- Todos nos hemos vuelto nómadas -siguió Lucía-. El otro día a las afueras de la ciudad estaban talando los bosques, hace poco vez un pescador me contó cómo pescaban; y con todos era lo mismo: cuando se acababa un bosque, se iban a otro, y cuando se acababan los peces en un sitio, cambiaban de lugar. Eso es lo que hacían los nómadas ¿no?

El maestro asintió pensativo con la cabeza. Realmente, Lucía tenía razón, y los hombres habíamos terminado por convertirnos en nómadas a la hora de conseguir muchas cosas. ¡Menudo atraso! en lugar de cuidar la tierra y sus recursos para seguir obteniéndolos en el futuro, ¡seguimos exprimiéndolos hasta que se acaban, y luego nos vamos!. El resto de la tarde estuvieron hablando sobre qué podían hacer para demostrar lo civilizados que eran...

Al día siguiente, todos fueron a clase llevando una camiseta verde con un mensaje que decía "¡Yo no soy un nómada!", y a partir de entonces, se dedicaron a demostrar a todos que no lo eran; cada vez que sabían que iban a necesitar algo, se preocupaban por asegurarse de que hubiera sido obtenido con cuidado y control: si querían madera o papel, se aseguraban de que fuera de árboles replantados, el pescado lo compraban en piscifactoría, vigilando que no fueran peces pequeñitos; sólo utilizaban productos de animales cuidados y alimentados en granjas... y así, desde su pequeña ciudad, aquellos niños consiguieron dejar de ser nómadas de nuevo, como habían hecho los hombres prehistóricos hacía miles de años.
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