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Cuento Infantil: Tutón el comeplanetas


Para hacerse una idea del tamaño de los molokos, hay que mirarlos desde muy lejos. Si te pusieras a su lado, ellos ni siquiera te verían, y si el mayor de nuestros gigantes de cuento se pusiera a su lado, probablemente los gigantescos molokos seguirían sin poder verlo. Quizá la mejor forma de saber cómo son, es conociendo su comida favorita. Y para un buen moloko, nada está más rico que un enorme planeta, con sus océanos, sus desiertos y sus montañas.

Y de todos ellos, nadie como Tutón, el gran Tutón. Grande como una estrella, podía zamparse un planeta mediano de un solo bocado. Era, además, excelente descubriendo los planetas más deliciosos, y había llegado a convertirse en el más famoso de los molokos. Pero aún más grande que su fama de descubridor, era su fama

Cuento Infantil: La mala suerte de Pescafrito


En aquella tienda de animales la mala suerte tenía un nombre: Pescafrito, un pequeño pez famoso porque nunca estaba en el acuario adecuado. Cada vez que tocaba reordenar los tanques, Pescafrito acababa por error o descuido en el más peligroso para él. 

Desde otros tanques tranquilos y seguros, sus primos y hermanos veían divertidos sus desesperadas carreras por evitar ser la merienda de algún grandullón.

A pesar de su increíble mala suerte, Pescafrito no se desanimaba, y en cada carrera ponía todo su empeño en librarse de nuevo, aunque sintiera el dolor de algún que otro mordisco en sus aletas o el cansancio de nadar entre plantas y

Cuento: Mi pequeño mundo se ha roto


Había una vez un muelle que vivía tranquilo y seguro dentro de su bolígrafo. Aunque oía muchas cosas procedentes del exterior, vivía creyendo que fuera de su mundo, el bolígrafo, no había nada bueno. 

Sólo pensar en dejar su bolígrafo le daba tal miedo que no le importaba pasar su vida encogiéndose y estirándose una y otra vez en el minúsculo espacio del boli.

Pero un día, se ácabó la tinta, y cuando su dueño lo fue a cambiar tuvo un despiste. El muelle saltó por los aires y fue a parar al desagüe del lavabo, y por ahí se perdió de vista. El muelle, aterrorizado y lamentándose de su suerte, atravesó tuberías y tuberías, pensando siempre que aquello era su fin. 

Durante el viaje por las cañerías no se atrevió a abrir los ojos de puro miedo, sin dejar ni un momento de llorar. Arrastrado por el agua, siguió, siguió y siguió, hasta ir a parar a un río; cuando la corriente perdió fuerza, al ver que

El viaje de la reina


Una joven reina recibió de un gran mago un regalo especial: un cofre mágico que llevará la felicidad a todo el reino cuando sea abierto en un lugar en que se respirase generosidad. 

La reina comenzó un viaje por todo su reino en busca de las personas más generosas, y al llegar junto a ellas abría el cofre. Pero nunca pasaba nada, hasta que un día, cuando ya volvía al castillo, coincidió con un niño muy pobre que pedía limosna. 

La reina le hubiera dado algunas monedas, pero no llevaba, así que el niño le pidió que le regalara aquel viejo cofre para venderlo por unas monedas en el pueblo. 

La reina en principio se resistió por el valor que tenía el cofre, pero viendo la pobreza del niño, se lo entregó. El niño tomó el cofre y lo abrió, y al instante comenzaron a salir del cofre todas las maravillas que se puedan imaginar, junto a una música y unas letras que decían: "¿por qué buscarlo en otros?, el bien empieza siempre en uno mismo".

Y además de disfrutar de las maravillas del cofre, la joven reina aprendió a dar ejemplo de todas las virtudes, convirtiéndose en la mejor reina de la historia de aquel país.

El Vikingo de los cien cuernos


Olav Brutolsen era el más terrible de los vikingos. Con sus propios brazos era capaz de luchar contra un toro y vencerle en unos pocos segundos. 

Y para que todos le conocieran y distinguieran, llevaba adornados su casco y su capa con los trofeos de sus victorias: más de cien cuernos sobre la cabeza y mil piedras preciosas colgando de sus hombros, una por cada uno de los enemigos derrotados.

En su ciudad todos se apartaban a su paso, pero cierto día, un joven que leía despistado se cruzó en su camino y le hizo tropezar. Furioso, Olav le increpó y le desafió a un combate a muerte. El delgaducho joven no tenía elección, así que sólo puso una condición.

- Puesto que no veo muy bien y no te conozco, necesito que lleves el casco y la capa durante la lucha, para poder distinguirte.

Olav lanzó una risotada y aceptó orgulloso aquella estúpida condición, justo antes de lanzarse sobre el joven para destrozarlo. El chico, ágil, se escabulló por poco. Lo mismo ocurrió con las siguientes embestidas de Olav, y según iba pasando el tiempo, cada vez esquivaba al gigantón más fácilmente. 

Aunque nadie podía creer que aguantase tanto, todos esperaban que con el primer golpe el joven caería muerto.
Ese golpe no llegó nunca. Olav estuvo luchando poco más de cinco minutos, y a los diez cayó como muerto.

Muchos pensaron entonces que aquel joven era un brujo o un hechicero, pero Virtensen, que así se llamaba el despistado estudiante de medicina, mostró a todos que el orgullo y la ostentación del vikingo fuero más que suficientes para que cayera desmayado bajo el peso del casco y la capa. 

Olav, como buen guerrero, aceptó su derrota al despertar, y desde entonces cambió los símbolos inútiles y superfluos por la austeridad, pasando
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