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En el día de la Madre


El campo de juego estaba impecable, era una alfombra, las tribunas colmadas, había hinchas que quedaron afuera. Ellos, tenían todo preparado para ser campeones, las calles estaban vestidas de los colores de su equipo, en sus terrazas flameaban

banderas de todos los tamaños, se escuchaban cánticos de todo tipo, el comentario era, que nos iba a meter cinco goles como mínimo, que nos ganarían de cualquier forma, que nosotros éramos unos muertos de hambre, que habíamos llegado hasta ahí,

de pura suerte, por una buena racha, pero que no teníamos forma de ganarles, que veníamos de pueblo chico, como para enfrentar al mejor equipo de los últimos cinco años, y que tendríamos miedo de ver un marco tan imponente como la cancha de ellos.

Nosotros viajamos muy temprano, llegamos como al mediodía, el micro paro frente a la sede, nos gritaban de todo. Éramos pocos pero bulliciosos, nos hacíamos escuchar, vinieron de todos los rincones del pueblo, solamente para acompañarnos, claro no era para menos, era la primera vez en la historia del club, que jugábamos una final de campeonato, era la primera vez que teníamos la posibilidad de ser campeones, y no podíamos desaprovecharla, ni siquiera mi viejo tuvo esa oportunidad, y hoy estaba al alcance de las manos, o mejor dicho de los pies.

Cuando llego la hora del partido, nos fuimos para el estadio, y mientras hacíamos el reconocimiento del campo de juego, arranque con las dos manos, el césped del piso, lo lleve hasta mi boca y lo bese mientras hacia una promesa.

-¿Que pasa, ahora se te dio por las cábalas también? - me pregunto el enano que estaba haciendo precalentamiento al lado mío - justo a vos, que solo crees en dios y nada más.

-¡No! no es una cábala, es una promesa que le hice
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