En lo alto de una colina, en un lejano país, se alzaba un hermoso castillo al que nadie quería ir. Miedo no sino ¡PAVOR! sentían sus habitantes cuando miraban allí, y oían aullidos y lamentos que no les dejaban dormir.
Cierto día, Rasputín, un muchacho espabilado, curioso, y un tanto osado, quiso probar a subir al castillo. Caminó colina arriba y conforme se iba acercando,
cierto miedo sí sentía, pero nada que no se esfumara silbando y canturreando. Al encontrarse ya arriba, admirando tan bello lugar, en su infantil cabecita pensaba: "¿Qué mal me puedo encontrar?"
Llamó despacito a la puerta pues no quería molestar. Y al no obtener contestación entró sin contemplación. Recorrió largos pasillos, atravesó una gran sala, y allí, acurrucado en un sillón chiquitito se escondía
¡un pequeño dragoncito!
Rasputín se quedó helado. Entonces de eso se trataba. Era aquella criatura quien se lamentaba y lloraba. - ¿Qué te pasa dragoncito? ¿Tienes hambre? ¿Tienes frío? - Tengo miedo de estar sólo, contestó el dragoncito muy apenado. Y continuó Rasputín: - ¿Y por qué no sales al mundo? Este es un bello país.




