¿Qué cara pondrías si un día una nave extreterrestre te transportara por los aires, te encerrara en una gran jaula de cristal y te llevara a un planeta entre las estrellas? Pues seguro que harías el "búho pellizcón", que es poner cara de búho, con los ojos y la boca abiertos hasta babear, y darte pellizcos en el brazo para ver que no estás soñando. Al menos eso es lo que le pasó a Tom durante buena parte de su viaje a la lejana galaxia de Atocinau.
Allí Tom se convirtió en un espectáculo para los atocinautas, unos seres redonditos sin ojos ni orejas, que con una gran boca siempre sonriente y una ridícula lechuga en lo alto de sus cabezas, se movían a la velociadad del rayo. A todos hacían mucha gracia los ojos del niño y sus orejas, pero lo que más gracia les hacía era darle coscorrones en el cogote cuando miraba para otro lado. ¡Se morían de la risa!
Y es que Tom comprobó enseguida que no había forma de pillar despistado a un atocinauta. Era como si tuvieran ojos y orejas en la espalda, la cara y en todas direcciones, y por eso se reían tanto cuando le tomaban el pelo.
Un pequeño atocinauta terminó siendo buen amigo del niño, y un día le contó su secreto: aquella tontísima lechuga sobre sus cabezas era un hypersensor,