Tierra trágame


Dicen que una vez alguien confundió sus colorados mofletes con dos tomates, y que al ir a arrancarlos, se quemó la mano. Y es que no era para menos, porque Álvaro era el niño con más vergüenza y miedo al ridículo que uno pueda imaginarse; bastaba con que ocurriera cualquier pequeña contrariedad para que se pusiera rojo como una guindilla. Así que el día que le ocurrió algo ridículo de verdad, parecía que iba a estallar de vergüenza.

Álvaro estaba con su amigo Jaime preparando la obra de teatro de "Los tres cerditos", en la que Jaime participaba. Estuvieron jugando un rato hasta que Álvaro recordó que había invitado esa tarde a Dora, la niña más dulce, guapa y lista de la clase, a merendar a su casa, así que salió corriendo hacia el patio, donde encontró a Dora, y le dijo:

- ¿Qué, vamos a mi casa? puedo darte un bocata de chorizo...

Y justo cuando estaba acabando la frase se dió cuenta de que había olvidado quitarse la careta y el disfraz de cerdito! Dora quedó petrificada, todos a su alrededor comenzaron a reir, y el pobre Álvaro, incapaz de reaccionar, sólo pensó: ¡tierra, trágame!

Al instante, desapareció bajo la tierra y se encontró en un lugar increíble: ¡allí estaban todos los que alguna vez habían deseado que les tragara la tierra! y no era raro , porque casi todos tenían un aspecto verdaderamente ridículo y divertido. Así conoció al atleta que empezó a correr en dirección contraria y creyó haber ganado por mucho, a la señorita calva que perdió la peluca en un estornudo o a la novia que se pisó el vestido y acabó rodando como una albóndiga. 

Pronto se enteró de que la única forma de escapar de aquel lugar era a través de la risa, pero no de una risa cualquiera: tenía que aprender a reirse de sí mismo. Y era difícil, porque algunos llevaban años allí encerrados, negándose a encontrar divertidos sus momentos de mayor ridículo; pero Álvaro se superó y supo encontrar en aquellos momentos de tanta vergüenza una forma de hacer reír a los demás y darles un poco de alegría. Y cuando se vio a sí mismo con la careta de cerdo, hablando de chorizo con Dora, no pudo dejar de reírse de la situación.

Al momento volvió a estar en el colegio, delante de Dora, justo donde había dejado su frase. Pero esta vez, lejos de ponerse colorado sin saber qué decir, sonrió, se quitó la careta y meneando su traserito de cerdo dijo:

- Venga anímate, que ¡hoy tengo buenos jamones!

Dora y todos los demás encontraron divertidísima la broma, y desde aquel día, Álvaro se convirtió en uno de lo chicos más divertidos del colegio, capaz de reírse y hacer chistes de cualquier cosa que le ocurriera.
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