- Socorro, socorro - grita huyendo un pobre Diez.
- ¿Qué hay?¿Qué te pasa?
- Pero es que no lo veis? Me persigue una Resta. Si me alcanza estoy perdido.
- Anda, perdido ...
Dicho y hecho: la Resta ha atrapado al Diez y le salta encima repartiendo estocadas con su afiladísima espada. El pobre Diez pierde un dedo, y luego otro. Afortunadamente para él pasa un coche extranjero así de largo; la Resta se vuelve un momento para ver si conviene acortarlo y el buen Diez puede tomas las de Villadiego, desapareciendo por un portal. Pero ahora ya no es un Diez: sólo es un Ocho, y además le sangra la nariz.
- Pobrecito, ¿qué te han hecho? Te has peleado con tus compañeros, ¿verdad?
"Mi madre, ¡sálvese quien pueda!", se dice el Ocho.
La vocecilla es dulce y compasiva, pero se trata de la División en persona. El desafortunado Ocho balbucea "buenas tardes" con voz débil e intenta volver a la calle, pero la división es más ágil y de un solo tijeretazo, ¡zas!, lo corta en dos trozos: Cuatro y Cuatro. Uno se lo mete en el bolsillo, pero el otro aprovecha la ocasión para escapar, regresa corriendo a la calle y sube a un tranvía.
- Hace un momento eras un Diez - llora -, y ahora, miradme. ¡Un Cuatro!
Los estudiantes se alejan precipitadamente; no quieren saber nada con él. El tranviario murmura:
- Ciertas personas deberían tener por lo menos el buen sentido de ir a pie.
- ¡Pero no es culpa mía! - grita entre sollozos el ex Diez.
- Sí, claro, la culpa es del gato. Todos dicen lo mismo.
El cuatro baja en la primera parada, colorado como un sillón colorado.
¡Ay! Ha hecho otra de las suyas: ha pisado a alguien.
- ¡Disculpe, disculpe, señora!
Pero la señora no se ha enfadado; es más, sonríe. Vaya, vaya, ¡si es ni más ni menos que la Multiplicación! Tiene un corazón así de grande y no soporta ver infelices a los demás: se sienta y multiplica al Cuatro por tres y he aquí un magnífico Doce, listo para contar una docena de huevos completa.
- ¡Viva - grita el Doce -, estoy aprobado! Aprobado más dos.
Fin.
Autor: Giani Rodari