Estamos Cumpliendo nuestro primer año

La familia de www.dibujosparacolorearinfantil.com , estamos muy contentos y agradecidos con Dios por permitirnos llegar al primer año de vida en el que hemos podido proporcionar a miles de personas los dibujos que mas les gustan y aportar algunas herramientas que han sido de mucha utilidad en sus estudios.

Dibujos para colorear infantil nació con la idea de convertirse en un sitio de ayuda a estudiantes, padres de familia, maestros de escuela dominical y a mucho más; a través de la aportación de dibujos didácticos en blanco y negro para colorear; y consideramos que cumpliendo nuestro primer añito hemos alcanzado a muchos y esperamos seguir adelante.

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Noviembre 10 de 2010 - Noviembre 10 de 2011

Historias Infantiles: La araña y la viejecita



En una casita, en lo alto de una montaña, vivía hace tiempo una viejecita muy buena y cariñosa.

Tenía el pelo blanco y la piel de su cara era tan clara como los rayos del sol.

Estaba muy sola y un poco triste, porque nadie iba a visitarla.

Lo único que poseía era un viejo baúl y la compañía de una arañita muy trabajadora, que siempre le acompañaba cuando tejía y hacía labores.

La pequeña araña, conocía muy bien cuando la viejecita era feliz y cuando no.

Desde muy pequeña la observaba y había aprendido tanto de ella que pensó que sería buena idea intentar que bajara al pueblo para hablar con los demás. Así aprenderían todo lo que ella podía enseñarles.

Ella les enseñaría a ser valientes cuando estén solos, a ser fuertes para vencer los problemas de cada día y algo muy, muy importante a crear ilusiones, sueños, fantasías.

Las horas pasaban junto a la chimenea y las dos se entretenían bordando y haciendo punto.

La viejecita, apenas podías sostener las madejas y los hilos en sus brazos.

¡Qué cansada me siento!, ¡Me pesan mucho estas agujas!. Decía la ancianita.

La arañita, la mimaba y la sonreía.

Un día, la araña, pensó que ya había llegado el momento de poner en práctica su idea.

¿Sabes, lo que haremos?. ¡Iremos al mercado a vender nuestras labores!. ¡Así, ganaremos dinero y podremos ver a otras personas y hablar con ellas!.

La anciana no estaba muy convencida.

¡Hace mucho tiempo que no hablo con nadie!. Dijo: la anciana.

¿Crees que puede importarle a alguien lo que yo le diga?.

¡Claro que sí!. ¡Verás como nos divertimos!.

Se pusieron en marcha, bajaron despacito, como el que no quiere perder ni un minuto de la vida.

Iban admirando el paisaje, los árboles, las flores y los pequeños animalitos que veían por el camino.

Llegaron al mercado y extendieron sus bordados sobre una gran mesa.

Todo el mundo se paraba a mirarlos. ¡Eran tan bonitos!.

La gente les compró todo lo que llevaban. ¡Además hicieron buenos amigos!.

Enseguida, los demás, se dieron cuenta de la gran persona que era la viejecita y le pedían consejo sobre sus problemillas.

Al principio, le daba un poco de vergüenza que todo el mundo, la preguntara cosas. Pero poco a poco descubrió el gran valor que tienen las palabras y cómo muchas veces una palabra ayuda a superar las tristezas.

Palabras llenas de cariño como:

¡Animo, adelante, puedes conseguirlo!. ¡Confía en ti, cree en ti!.

Ella también aprendió ese día, que las cosas que sentimos en el corazón, debemos sacarlas fuera, quizá los otros puedan aprovecharlas para su vida.

La arañita le decía a la anciana: ¡Deja volar tus sentimientos, se alegre, espontánea, ofrece siempre lo mejor de ti!.

La viejecita y la araña partieron hacia su casita de la montaña.

Siguieron haciendo bordados y bordados.

Trabajaban mucho y cuando llegaba la noche la araña se iba a su rinconcito a dormir. La anciana se despedía de ella y le decía: ¡Gracias por ser mi amiga!.

¡Un amigo, es más valioso que joyas y riquezas, llora y ríe contigo y también sueña!.

Mientras sentía estos pensamientos, la viejecita se iba quedando dormida, sus ojos cansados se cerraron y la paz brilló en su cara.

La luna les acompañaba e iluminaba la pequeña casita y nunca, nunca estaban solas. Más allá, muy lejos, sus seres queridos velaban sus sueños.

Historia Infantil: ATCHU


El ángel de la guarda de Isabel amaneció resfriado la semana pasada.

– Atchú –fue lo primero que oyó Isabel cuando se despertó. Miró por todas partes y como en el cuarto sólo estaba su hermanito Emilio, Isabel creyó que era él el que había estornudado.

– Atchú –volvió a oír Isabel, pero ya no les puso más atención a los estornudos porque quería levantarse rápido para comenzar a jugar.

Los estornudos no eran de Emilio. Eran del ángel de la guarda de Isabel que, como había amanecido resfriado, no paraba de estornudar. El ángel de la guarda de Isabel buscó en su maletín de ángel algún remedio para resfriados. Encontró agua oxigenada, curitas y esparadrapo, pero nada de eso curaba estornudos.

Al fin el ángel de la guarda se puso una crema con olor a eucalipto en la espalda y se tomó unas gotitas con sabor a fresa, porque se acordó de que a Isabel la curaban igual cuando comenzaba a estornudar. También decidió quedarse ese día en la cama.

Mientras el ángel se curaba el resfriado, a Isabel le pasaron toda clase de desastres. Al triciclo se le cayó un pedal. La muñeca Carolina estuvo perdida toda la mañana. Emilio regó la compota y le manchó la blusa rosada. A la hora del almuerzo, la sopa estaba muy caliente y a Isabel se le quemó la lengua. Y, como si fuera poco, su mamá llegó tan cansada, que no le quiso contar ni un cuento. Por la noche Isabel se acostó triste y aburrida porque todo le había salido mal. El ángel de la guarda también se durmió triste y aburrido porque no le gustaba quedarse todo el día acostado.

– Atchú –fue lo primero que oyó el ángel de la guarda al otro día, cuando despertó. Miró por todas partes y se dio cuenta de que era Isabel la que había estornudado.

– A Isabel se le contagió mi resfriado –pensó el ángel de la guarda.

Y bien rápido, sin que Isabel se diera cuenta, el ángel de la guarda le puso crema con olor a eucalipto en la espalda y le echó una gotitas con sabor a fresa en la boca. Isabel dejó de estornudar.

El día fue fantástico. El papá de Isabel arregló el pedal del triciclo. La muñeca Carolina se portó muy bien. Emilio no regó la compota ni el jugo de mandarina. A la hora del almuerzo la sopa estaba tibia y nadie se quemó la lengua.

Esa noche, Isabel y el ángel de la guarda se acostaron felices porque todo les había salido bien, y además porque la mamá no había salido en toda la tarde y les había contado muchos cuentos.

Desde ese día de la semana pasada, ni Isabel, ni el ángel de la guarda, han vuelto a oír a Atchú.

Historia Infantil: Aprobado más dos


- Socorro, socorro - grita huyendo un pobre Diez.

- ¿Qué hay?¿Qué te pasa?

- Pero es que no lo veis? Me persigue una Resta. Si me alcanza estoy perdido.

- Anda, perdido ...

Dicho y hecho: la Resta ha atrapado al Diez y le salta encima repartiendo estocadas con su afiladísima espada. El pobre Diez pierde un dedo, y luego otro. Afortunadamente para él pasa un coche extranjero así de largo; la Resta se vuelve un momento para ver si conviene acortarlo y el buen Diez puede tomas las de Villadiego, desapareciendo por un portal. Pero ahora ya no es un Diez: sólo es un Ocho, y además le sangra la nariz.

- Pobrecito, ¿qué te han hecho? Te has peleado con tus compañeros, ¿verdad?

"Mi madre, ¡sálvese quien pueda!", se dice el Ocho.

La vocecilla es dulce y compasiva, pero se trata de la División en persona. El desafortunado Ocho balbucea "buenas tardes" con voz débil e intenta volver a la calle, pero la división es más ágil y de un solo tijeretazo, ¡zas!, lo corta en dos trozos: Cuatro y Cuatro. Uno se lo mete en el bolsillo, pero el otro aprovecha la ocasión para escapar, regresa corriendo a la calle y sube a un tranvía.

- Hace un momento eras un Diez - llora -, y ahora, miradme. ¡Un Cuatro!

Los estudiantes se alejan precipitadamente; no quieren saber nada con él. El tranviario murmura:

- Ciertas personas deberían tener por lo menos el buen sentido de ir a pie.

- ¡Pero no es culpa mía! - grita entre sollozos el ex Diez.

- Sí, claro, la culpa es del gato. Todos dicen lo mismo.

El cuatro baja en la primera parada, colorado como un sillón colorado.

¡Ay! Ha hecho otra de las suyas: ha pisado a alguien.

- ¡Disculpe, disculpe, señora!

Pero la señora no se ha enfadado; es más, sonríe. Vaya, vaya, ¡si es ni más ni menos que la Multiplicación! Tiene un corazón así de grande y no soporta ver infelices a los demás: se sienta y multiplica al Cuatro por tres y he aquí un magnífico Doce, listo para contar una docena de huevos completa.

- ¡Viva - grita el Doce -, estoy aprobado! Aprobado más dos.

Fin.


Autor: Giani Rodari

Historia Infantil: ANTE LA LEY


Ante la ley hay un guardián. Un campesino se presenta frente a este guardián, y solicita que le permita entrar en la Ley. Pero el guardián contesta que por ahora no puede dejarlo entrar. El hombre reflexiona y pregunta si más tarde lo dejarán entrar.

-Tal vez -dice el centinela- pero no por ahora.

La puerta que da a la Ley está abierta, como de costumbre; cuando el guardián se hace a un lado, el hombre se inclina para espiar. El guardián lo ve, se sonríe y le dice:

-Si tu deseo es tan grande haz la prueba de entrar a pesar de mi prohibición. Pero recuerda que soy poderoso. Y sólo soy el último de los guardianes. Entre salón y salón también hay guardianes, cada uno más poderoso que el otro. Ya el tercer guardián es tan terrible que no puedo mirarlo siquiera.

El campesino no había previsto estas dificultades; la Ley debería ser siempre accesible para todos, piensa, pero al fijarse en el guardián, con su abrigo de pieles, su nariz grande y aguileña, su barba negra de tártaro, rala y negra, decide que le conviene mas esperar. El guardián le da un escabel y le permite sentarse a un costado de la puerta.

Allí espera días y años. Intenta infinitas veces entrar y fatiga al guardián con sus súplicas. Con frecuencia el guardián conversa brevemente con él, le hace preguntas sobre su país y sobre muchas otras cosas; pero son preguntas indiferentes, como las de los grandes señores, y, finalmente siempre le repite que no puede dejarlo entrar. El hombre, que se ha provisto de muchas cosas para el viaje, sacrifica todo, por valioso que sea para sobornar al guardián. Este

acepta todo, en efecto, pero le dice:

-Lo acepto para que no creas que has omitido ningún esfuerzo.

Durante esos largos años, el hombre observa casi continuamente al guardián: se olvida de los otros y le parece que éste es el único obstáculo que lo separa de la Ley. Maldice su mala suerte, durante los primeros años audazmente y en voz alta; más tarde, a medida que envejece, sólo murmura para si . Retorna a la infancia, y como en su cuidadosa y larga contemplación del guardián ha llegado a conocer

hasta las pulgas de su cuello de piel, también suplica a las pulgas que lo ayuden y convenzan al guardián. Finalmente, su vista se debilita, y ya no sabe si realmente hay menos luz, o si sólo lo engañan sus ojos. Pero en medio de la oscuridad distingue un resplandor, que surge inextinguible de la puerta de la Ley. Ya le queda poco tiempo de vida. Antes de morir, todas las experiencias de esos largos años se confunden en su mente en una sola pregunta, que hasta ahora no ha formulado. Hace señas al guardián para que se acerque, ya que el rigor de la muerte comienza a endurecer su cuerpo. El guardián se ve obligado a agacharse mucho para hablar con él, porque la disparidad de estaturas entre ambos ha aumentado bastante con el tiempo, para desmedro del campesino.

-¿Qué quieres saber ahora?-pregunta el guardián-. Eres insaciable.

-Todos se esfuerzan por llegar a la Ley-dice el hombre-; ¿cómo es posible entonces que durante tantos años nadie más que yo pretendiera entrar?

El guardián comprende que el hombre está por morir, y para que sus desfallecientes sentidos perciban sus palabras, le dice junto al oído con voz atronadora:

-Nadie podía pretenderlo porque esta entrada era solamente para tí. Ahora voy a cerrarla.

Autor: FRANZ KAFKA

Cuentos Infantiles Cristianos: Almuerzo con Dios


Un niño pequeño quería conocer a Dios; sabia que era un largo viaje hasta donde Dios vive, así que empacó su maleta con pastelillos y refrescos, y empezó su jornada.

Cuando había caminado como tres cuadras, se encontró con una mujer anciana. Ella estaba sentada en el parque, solamente ahí parada contemplando algunas palomas.

El niño se sentó junto a ella y abrió su maleta. Estaba a punto de beber su refresco, cuando notó que la anciana parecía hambrienta, así que le ofreció un pastelillo.

Ella agradecida aceptó el pastelillo y sonrió al niño. Su sonrisa era muy bella, tanto que el niño quería verla de nuevo, así que le ofreció uno de sus refrescos.

De nuevo ella le sonrió. ¡El niño estaba encantado!

El se quedó toda la tarde comiendo y sonriendo, pero ninguno de los dos dijo nunca una sola palabra, mientras oscurecía, el niño se percató de lo cansado que estaba, se levantó para irse, pero antes de seguir sobre sus pasos, dio vuelta atrás, corrió hacia la anciana y le dio un abrazo.

Ella, después de abrazarlo le dio la más grande sonrisa de su vida.

Cuando el niño llegó a su casa, abrió la puerta. Su madre estaba sorprendida por la cara de felicidad. Entonces le preguntó:

-Hijo, ¿qué hiciste hoy que te hizo tan feliz?

El niño contestó:

-¡Hoy almorcé con Dios!...

Y antes de que su madre contestara algo, añadió: -¿Y sabes qué? ¡Tiene la sonrisa más hermosa que he visto!

Mientras tanto, la anciana, también radiante de felicidad, regresó a su casa. Su hijo se quedó sorprendido por la expresión de paz en su cara, y preguntó:

-Mamá, ¿qué hiciste hoy que te ha puesto tan feliz? La anciana contestó:

-¡Comí con Dios en el parque!... Y antes de que su hijo respondiera, añadió:

-¿Y sabes? ¡Es más joven de lo que pensaba!

Fin
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